La Mujer en el FemDom
DISCLAIMER:

Lo primero que quiero es informaros de que este post es mi opinión. Me consta que hay problemáticas parecidas con todos los géneros y roles y lo podemos hablar en otras ocasiones. Pero en este, me voy a centrar en el papel de la Mujer en el FemDom (hetero).

Estoy abierta al debate, con educación y respeto. Si tu experiencia es otra, estupendo. No la invalido. No invalides la mía.


Si el BDSM desde fuera se ve como un mundo sórdido y oscuro, de mazmorras frías y gente pervertida a la que le va el dolor, el FemDom se ve como la versión fetichista y sadomasoquista del porno de toda la vida. Sumisos imperfectos, desnudos, siendo humillados y torturados, preferiblemente en sus genitales. Y Mujeres perfectas, maquilladas y arregladas, en lencería negra o roja, o en un traje ajustadísimo de látex, con tacones imposibles y la fusta en la mano. Femme Fatales, diosas altivas e inalcanzables. Objeto de deseo de los sumisos. Haciendo mucho hincapié en la palabra “objeto”.

En un submundo donde, se supone, mandamos nosotras, me parece muy irónico que estemos representadas y condicionadas por las fantasías de ellos. Ojo, sólo en el hetero. El sáfico es más libre, y sus fantasías y estéticas mucho más diversas.

He de decir, para ser justos, que esa concepción lentamente va cambiando. Hace 20-30 años era prácticamente indiscutible. Ahora ya hay muchas más personas que la rebaten. Me encanta ver a dóminas jóvenes que dejan atrás los estereotipos más rancios y eligen su propio camino, sin importarles si van a tener una legión de seguidores sumisos detrás, fama o éxito. ¡Kudos por ellas! No es por presumir, pero eso es lo que hice en mi día. Y trato de seguir haciéndolo.

Sin embargo, a pesar de estos ligeros aires de cambio, el FemDom hetero sigue siendo terriblemente machista: nosotras estamos ahí para ser consumidas. En esas fantasías colectivas y en la escena en general las mujeres tenemos un rol dominante, pero no estamos para dominar, en el sentido literal de llevar una relación jerárquica y hacer lo que queramos, dentro del consenso previo. En esas fantasías fetichistas o kink somos un producto para el consumidor mayoritario: el hombre sumiso.

Estaremos de acuerdo en que el grueso de las personas que va a hacer uso de literatura o contenido erótico de dominación femenina va a ser varón y sumiso o fetichista. Y, siendo el principal cliente, es de esperar que la oferta se adapte a la demanda.

Centrándome en mi experiencia, la inmensa mayoría de las personas con las que me he cruzado en el rol sumiso, no querían someterse. Lo que querían era que yo les cumpliera sus fantasías de supresión y de degradación. Y sus fetiches. Cosa que no tendría nada de malo, si me hubieran dicho la verdad y yo hubiera podido decidir si quería hacerlo.

Lo más gracioso es que tenía que ser yo la que quisiera hacer todo eso, o me acusaban de ser una falsa dominante. Se ve que es justo eso lo que las dominantes queremos.

Cuando he hablado de este tema públicamente, he sido acusada de “no saber llevar a los sumisos” (es decir, no ser dominante, de nuevo). Me han argumentado que hay “muchas Dommes muy felices así y que además tienen muchos sumisos”, así que tú verás lo que estás haciendo mal.

Al final siempre estamos en entredicho. Y no solo por esto.

Si no somos guapas, es que “estamos aquí para pillar un hombre” y no somos dominantes de verdad.

Si somos jóvenes, es que seguro que vamos por interés económico y no somos dominantes de verdad.

Si somos mayores, estamos aquí porque fuera no nos comeríamos una rosca.

Etc.

Es decir: me acerco a la escena, con fantasías de dominación desde niña, y mis sentimientos y naturaleza se ven una y otra vez negados, juzgados y ninguneados.

Resumiendo: las Dommes o queremos dinero, o queremos pillar a un tío. Me lo han dicho tal cual alguna que otra vez. Y me lo han insinuado más suavemente otras tantas docenas de veces. Eso sin contar la de tuits y debates que hay al respecto. Casi siempre de hombres pasando por alto las opiniones de las mujeres.

Porque, y llegamos a otra machitada mil veces repetida: “es que las mujeres, por nuestro ADN, no podemos ser dominantes. Sólo sumisas”.

¡Hay que ver! La cantidad de expertos en genética, en roles sociales, en la teoría del “hombre proveedor” y en caza del paleolítico, que me he encontrado. Tremendo, estoy rodeada.

Y yo que juraría que los que han salido de una caverna del paleolítico, son ellos… en fin.

Además, hay que tener en cuenta que la sociedad se burla de las mujeres dominantes. El típico chiste de la mujer marimandona y el hombre calzonazos y sus cien mil variantes. Qué divertido, oye. Me parto.

Porque el machismo llega a todas partes, sí. Y un hombre dominante es un líder admirado. Una mujer dominante es una sargentona criticada.

Pero, vamos, ¿quién soy yo para creerme que el hecho de que una buena parte de los sumisos quiera usarnos, cosificarnos, juzgarnos e invalidar lo que sentimos, sea una de las causas por las que hay tan pocas Dommes amateur? ¿Cómo voy a pensar que un mundo de fantasías masculinas no va a atraer en masa a las mujeres a las que les gustaría llevar el rol D. en una relación? No, no. Debe de ser la genética, sí. Eso.

Al final, el grueso de las dóminas son mujeres que se aproximan al FemDom desde la perspectiva profesional o remunerada, o bien como creadoras de contenido o venta de material fetichista. Compensando con esta oferta el desequilibrio entre sumisos y Dommes.

Ha habido y sigue habiendo intentos de que las mujeres nos acerquemos al FemDom desde una perspectiva que, en la superficie, era más amable: en pareja, como “dominación doméstica”, donde realmente se nos volvía a instar en que cuidáramos nuestra figura, calzáramos tacones kilométricos, castigáramos a nuestros hombres cuando no se comportaran debidamente. Incluso se nos insiste en que se les “robe la masculinidad” a base de encerrarlos en un dispositivo de castidad, o sodomizándoles.

¡Madre mía, no sabría ni por dónde empezar a rebatir tantísimas burradas!

Personajes en teoría distintos, como Elise Sutton, o del movimiento ginárquico, caen en la androfobia. Y en muchos casos no son más que, de nuevo, las fantasías de supresión masculinas, esta vez llevadas al límite. No conozco dóminas amateurs que tengan este tipo de ideas. No digo que no las haya, pero yo no las conozco. Me parece que, de darse, son minoritarias. Sin embargo, sí que he conocido cientos de sumisos convencidos de que esa es la manera de hacerse.

De nuevo: fantasías mayoritariamente masculinas, que se venden como “lo que les gusta a las mujeres dominantes”. Y de tanto escucharlo, hasta me lo llegué a creer a veces.

El problema al final, pienso yo, no es que no haya mujeres dominantes. Es que no nos dejan mucho espacio para la libertad. Para llegar y ser nosotras mismas. Si hay mujeres dominantes, ven el panorama desde fuera y dicen: no, no, esto no es para mí. Y se van por dónde han venido. O lo viven en privado.

Lo sé porque me ha pasado.