No sé si es lo normal o no, pero tengo la sensación de que lo primero que escribimos es lo más nuestro. Somos nosotros. O lo que nos hubiera gustado leer a nosotros. Tendré que preguntar por ahí…

Mi primera novela la he escrito enteramente para mí. Ha sido mi instrumento para la catarsis. Es tan personal, tan específica y tan yo, que casi daba miedo sacarla al mundo, porque era como gritar primero para llamar la atención y luego desnudarme delante de todos.

Os dejo un fragmento de Alfa. Mi novela, mi yo. Espero que os guste.

Cada noche, desde que hacía un par de meses había conseguido un puesto de profesor en Alfa, Vessant salía de su dormitorio para ir a ver las estrellas en lo alto del tejado de la torre más alta de la Universidad. Hoy en día sería impensable que un Menor se paseara en pijama. Sería impensable que un Menor viviera en el Campus, en un modesto dormitorio. Y sería impensable que un Menor encontrara las estrellas tan interesantes y bellas que sintiera la necesidad de ir a observarlas todas las noches. Pero eran otros tiempos.
Y en esos tiempos más sencillos, Alfa era una Universidad en medio de la nada, todavía sin ciudad que la arropase. Al salir de sus muros te encontrabas tan solo el paisaje desértico de Dei, hileras e hileras de incontables dunas que se perdían en el horizonte. La meteorología del planeta era… peculiar. Se notaba a la legua la mano del Creador. El único sitio en todo el Universo dónde se había permitido intervenir a su antojo. Al fin y al cabo, ese era su refugio.
Esa noche, igual que todas las otras noches, Vessant salió de su dormitorio y subió hasta el tejado de la torre más alta de la muralla. Y se sentó allí, a ver las estrellas.
Pero esa noche resultó que iba a ser algo distinta después de todo.
Una luz brillante surcó el cielo. Y en vez de apagarse tras su pequeña estela, se hizo aún más brillante y grande, con pequeñas explosiones de destellos azulados que iluminaban la negrura purpúrea de la noche de Dei. La bola de fuego acabó estrellándose a unas cuantas millas de ahí. Vessant se levantó, abrió un portal y apareció en el lugar donde la había visto caer.
— Buenas noches Vessant —le sorprendió una voz al llegar.
— ¿Buenas noches…? —dijo el Menor algo sorprendido.
— Curiosa elección de ropa para ir a pasear entre las dunas —dijo Deus, apareciendo al fin.
— Perdonadme, Señor. No sabía que os encontraría aquí. Espero que estéis teniendo una buena noche —dijo Vessant inclinando la cabeza ante el Creador.
— Era buena, pero acaba de mejorar. Anda, siéntate conmigo. ¿Cómo van tus alumnos?
— Muy bien Señor. Los chicos son estupendos y participan y se divierten en las clases —contestó Vessant tratando de no recrearse demasiado en el cumplido que le habían hecho.
— Eres un buen profesor.
— No es mérito mío, Señor. Tengo la suerte de impartir una asignatura muy popular.
— No digas tonterías. Los dos sabemos que eso no es cierto, Vessant. Eres muy buen profesor y se nota que te importan tus alumnos. Me alegro de tenerte en la Universidad. Hacía falta a alguien como tú, para equilibrar la formalidad de tus compañeros.
— Gracias Señor —dijo el Menor con una amplia sonrisa después de recibir un segundo cumplido—. Aunque hay una cosa de la que me gustaría hablaros.
— Dime.
— Si me permitís, y aprovechando que es la primera oportunidad de teneros a solas desde que me entrevistasteis, creo que deberíamos plantearnos enseñar a los comunes también, Señor. Me encantaría trabajar con los humanos. He vivido miles de años entre ellos y creo que hay al menos doce sociedades preparadas para una educación de calidad.
— Es curioso que lo menciones, llevo un tiempo dándole vueltas al tema. Hay demasiada oscuridad en su saber. Se beneficiarían de un poco de luz. A lo mejor puedes persuadir al Consejo. Ya sabes que no interfiero en sus decisiones.
— Lo sé, Señor. Pero no intentaría nada de saber que no estáis a favor.
— Me gusta la idea, descuida.
— El único problema que veo es que algunos Profesores no estarán de acuerdo.
— Sí, tienes toda la razón —dijo Deus.
Vessant se quedó pensando en cómo podría plantearlo en la siguiente reunión. Y mientras se hizo el silencio. Un silencio cómodo y tranquilo. Una estrella fugaz cruzó el cielo de lado a lado.
— ¿Por qué elegisteis este planeta para la Universidad, Señor? Está tan alejado de todo…
— Precisamente porque está alejado de todo —dijo Deus, recostándose en la arena—. Y por las vistas. Desde aquí se puede admirar toda la galaxia.
— Pues muchas gracias, Señor, es precioso. Hicisteis un trabajo maravilloso —dijo Vessant mirando al cielo.
Millones de puntos, en algunos lugares tan juntos que parecían nubes de luz en el cielo negro de la noche, se arremolinaban en hermosas formaciones doradas.
— Me gustaría llevarme el crédito, pero yo sólo di un empujoncito al principio y el trabajo se hizo solo. Estoy tan maravillado como tú. Y me alegra ver que queda algún Menor que todavía disfruta del espectáculo de las estrellas. Al principio era prácticamente lo único que teníamos, ¿recuerdas?
— Sí, Señor. Supongo que los demás se han aburrido. Ahora hay mucho más con lo que llenar nuestro tiempo y a lo que dedicar nuestra atención.
— Sin embargo, tú las observas todavía cada noche. Me gusta contemplarte en ese tejado. Estás… encantador.
Tercer cumplido. Vessant se sintió flotar. Se había fijado en él. Su corazón empezaba a bombear con mucha fuerza. Las observo porque, de alguna manera, me hacen sentir cerca de vos, quería haber dicho. Pero no se atrevió.
— Gracias, mi Dios —dijo con voz queda.
— Mi Dios. Hacía siglos que ningún Menor me trataba con ese honorífico. Ya sabes que os he dado este Universo para vosotros, para que lo gobernéis los Menores. Vosotros sois los Dioses aquí.
— Eso es porque no me habéis tenido cerca, mi Dios. Y si no os ofende, dejaré eso del gobierno del Universo para otros cuya naturaleza encaja más con la responsabilidad. Estoy seguro de que muchos de mis compañeros lo disfrutan enormemente, Señor.
— Entonces ¿Qué encaja más con tu naturaleza?
— Ya me conocéis. Enseñar. Es mi vocación, lo llevo en la sangre…
Vessant iba a decir otra cosa más, envalentonado por los cumplidos. Sin embargo, se lo pensó mejor en el último segundo, le pudo la timidez y decidió dejarlo ahí. Pero la frase salió coja, con una entonación rara, como si fuera una silla que se había diseñado con cuatro patas y se había fabricado con tres. Faltaba algo.
— ¿Qué se ha quedado sin decir?
Vessant se ruborizó.
— Lo habéis notado.
— Ha sido imposible no notarlo. Estaba claro que querías continuar.
— ¿Podríais tener la bondad de dejármelo pasar, mi Dios?
— ¿Es lo que quieres… o realmente preferirías decírmelo?
— Preferiría decíroslo, Señor —admitió Vessant cada vez más rojo—. Pero me da un poco de vergüenza. Es que os va a parecer raro para un Menor.
— Pruébame.
Vessant aún necesitó unos segundos más hacer acopio de valor y contestar.
Tomó aire, como quien toma impulso antes de saltar al vacío. Cerró los ojos.
— Servir.
Cuando volvió a abrirlos, tenía la mirada del Creador clavada en él, atravesándole el alma, y le sonreía con una sonrisa capaz de iluminar completamente el cielo de esa noche tan oscura.
— Eso es muy noble, Vessant. Y es verdad, una cualidad singular entre los Menores. Mucho más frecuente entre los Ángeles.
— No me atrevería a tildarlo de nobleza, mi Dios. No es tan desinteresado.
— No estoy en contra del hedonismo. Al contrario. Es justo que todo el mundo busque su felicidad y su placer. Y aún así es abnegado y hermoso.
— Sois muy amable, Señor.
— Pero te tengo que decir la verdad. Ya lo sabía. No ha sido difícil de deducir. Se nota.
Vessant se ruborizó otra vez.
— ¿Tan evidente es, Señor?
— Se nota si te fijas lo suficiente. Y yo suelo ser bastante observador. Sobre todo cuando es algo que me interesa.
Vessant estaba encontrando realmente difícil sostener la mirada a Deus.
— Pero hay una cosa en ti que te hace distinto. Hay que ser muy, muy bueno para tenerte a los pies. ¿Me equivoco? El poder no te atrae tanto como lo hace la bondad.
— Eso me parece, Señor —contestó Vessant. Su voz temblaba.
— No es fácil estar a tu altura.
— No sabría deciros.
— No es momento de ser humilde. Sólo podías darte a alguien. Sólo a uno…
Vessant ya no pudo contestar, abrumado y sobrepasado por la situación.
— ¿Y por qué no viniste a buscarme? Me hubiera gustado. Lo esperé muchas veces, en los concilios donde estamos todos. Eras el único. Sabía que estabas deseando. Y es lo habitual. Ofrecerse ¿no? Que conozcan tu interés.
Vessant se aclaró la garganta, para intentar hablar.
— Perdonadme, mi Dios, yo… no… no podía… no me podría atrever…
Se estaba ahogando en sus propias palabras.
— O si preferías más privacidad, podías haber venido a Dei en cualquier momento. Hubiera sido muy bonito ver cómo te acercabas, te arrodillabas con las mejillas encendidas y te ofrecías tembloroso, esperando que tu oblación fuera de mi gusto para que te tomara. Y habría pasado ¿sabes? Lo habría hecho. Te habría tomado.
Vessant ya no tenía fuerzas ni para sostener su cabeza, que se inclinaba hacia delante, más por su peso que por humildad.
— Me cansé de esperarte. Por ese motivo estamos los dos en este lugar. Por eso has visto esa explosión de luz en el cielo. Tenía ganas de que vinieras hasta aquí sin necesidad de llamarte y era evidente que así vendrías. Eres tan dulce y predecible…. Yo quería hablar contigo a solas esta noche —continuó Deus—. Dime ¿te gustaría entregarte a mí, entonces?
— No soy digno de serviros, mi Dios —dijo Vessant, superado por las palabras del Creador.
Deus se rio como hacía mucho que no se reía. Levantó la cabeza del Dios con sus dedos bajo la barbilla. Y después miró tiernamente a sus ojos azules.
— Yo no he creado el Universo para ser ajeno a sus placeres. A mí también me gustaría poder ser feliz con alguien que me complemente. Igual que puedo disfrutar del espectáculo de las estrellas, de una buena conversación, de viajar, de la música o de un libro. Como todos. ¿No crees que es justo que yo también encuentre a alguien con quien ser feliz? Y no hay otro Creador, lo siguiente es un Menor. Pero es que tampoco querría a un igual, quiero a un servidor. Quiero sentir ese placer tan propio de este Universo. ¿Si tú no eres digno, quién lo es?
— Vos estáis por encima de todo y todos. No podría haber mayor honor que serviros. Ni mayor placer. Lo he deseado tanto… Pero no… no puedo. Me siento nada ante vos. No estoy a la altura.
— Vessant, llevo observándote mucho tiempo y eres exactamente lo que quiero. Y sé que tú serías feliz también. No te crees digno, aun cuando te lo estoy ofreciendo aquí y ahora y a sabiendas de que es también lo que más deseas en el mundo.
Una lágrima rodó hacia la barbilla, mojando el dedo del Creador.
— Pero lo entiendo. Tu naturaleza está jugándote una mala pasada ¿verdad? —continuó Deus, secándole la mejilla, sintiendo al Menor tembloroso bajo su caricia— ¿Te gustaría que lo solucionara?
— Sí, por favor, mi Dios, os lo imploro… —balbució Vessant suplicante y con los ojos vidriosos.
— Quiero que te entregues a mí. No es una invitación, es una orden. Obedece y arrodíllate ante tu Dueño. A partir de este momento eres mío.
Vessant se sintió liberado al obedecer la orden y arrodillarse ante el Creador.
— Gracias, mi Dios. Soy vuestro. Es un honor ser vuestra propiedad.